Científicos de Oxford investigan la estructura cerebral que aloja la creencia religiosa - Y Einstein aviva el debate desde la tumba
MÓNICA SALOMONE 20/05/2008
Si usted cree en Dios o, en general, en alguna forma de ente
místico, sepa que la inmensa mayoría de la humanidad está en su mismo bando. Si
por el contrario no es creyente, es usted, en términos estadísticos, un raro.
Si la demostración de la existencia de Dios se basara en el número de fieles,
la cosa estaría clara. No es así, aunque en lo que respecta a este artículo eso
es, en realidad, lo de menos. Creyentes y no creyentes están divididos por la
misma pregunta: ¿Cómo pueden ellos no creer/creer (táchese lo que no
corresponda)? Este texto pretende resumir las respuestas que la ciencia da a
ambas preguntas.Los físicos están
pletóricos este año porque gracias al acelerador de partículas LHC, que pronto
empezará a funcionar cerca de Ginebra, podrán por fin buscar una partícula
fundamental que explica el origen de la masa, y a la que llaman la partícula de Dios. Los matemáticos, por su parte, tienen
desde hace más de dos siglos una fórmula que relaciona cinco números esenciales
en las matemáticas -entre ellos el famoso pi-, y a la que algunos, no todos, se
refieren como la fórmula de
Dios. Pero, apodos aparte, lo
cierto es que la ciencia no se ocupa de Dios. O no de demostrar su existencia o
inexistencia. Las opiniones de Einstein -expresadas en una carta recientemente
subastada- valen en este terreno tanto como las de cualquiera. Sí que se
pregunta la ciencia, en cambio, por qué existe la religión.
No es ni mucho menos un tema de investigación nuevo, pero ahora
hay más herramientas y datos para abordarlo, y desde perspectivas más variadas.
A sociólogos, antropólogos o filósofos, que tradicionalmente han estudiado el
fenómeno de la religión o la religiosidad, se unen ahora biólogos,
paleoantropólogos, psicólogos y neurocientíficos. Incluso hay quienes usan un
nuevo término: neuroteología, o neurociencia de la espiritualidad. Prueba del
auge del área es que un grupo de la Universidad de Oxford acaba de recibir 2,5
millones de euros de una fundación privada para investigar durante tres años
"cómo las estructuras de la mente humana determinan la expresión religiosa",
explica uno de los directores del proyecto, el psicólogo evolucionista Justin
Barrett, del Centro para la
Antropología y la
Mente de la
Universidad de Oxford.
Meter mano científicamente a la pregunta 'por qué somos
religiosos los humanos' no es fácil. Una muestra: experimentos recientes
identifican estructuras cerebrales relacionadas con la experiencia religiosa.
¿Significa eso que la evolución ha favorecido un cerebro pro-religión porque es
un valor positivo? ¿O es más bien el subproducto de un cerebro inteligente?
Sacar conclusiones es difícil, e imposible en lo que se refiere a si Dios es o
no 'real'. Que la religión tenga sus circuitos neurales significa que Dios es
un mero producto del cerebro, dicen unos. No: es que Dios ha preparado mi
cerebro para poder comunicarse conmigo, responden otros. Por tanto, "no
vamos a buscar pruebas de la existencia o inexistencia de Dios", dice
Barrett.
¿Desde cuándo es el
hombre religioso? Eudald Carbonell, de la Universidad Rovira
i Virgili y co-director de la excavación de Atapuerca, recuerda que "las
creencias no fosilizan", pero sí pueden hacerlo los ritos de los
enterramientos, por ejemplo. Así, se cree que hace unos 200.000 años Homo heidelbergensis,
antepasado de los neandertales y que ya mostraba "atisbos de un
cierto concepto tribal", ya habría tratado a sus muertos de forma
distinta. De lo que no hay duda es de que desde la aparición de Homo sapiens el fenómeno religioso es un continuo.
"La religión forma parte de la cultura de los seres humanos. Es un universal,
está en todas las culturas conocidas", afirma Eloy Gómez Pellón,
antropólogo de la
Universidad de Cantabria y profesor del Instituto de Ciencia
de las Religiones de la Universidad Complutense de Madrid.
¿Por qué esto es así? Para Carbonell hay un hecho claro:
"La religión, lo mismo que la cultura y la biología, es producto de la
selección natural". Lo que significa que la religión -o la capacidad para
desarrollarla-, lo mismo que el habla, por ejemplo, sería un carácter que da
una ventaja a la especie humana, y por eso ha sido favorecido por la evolución.
¿Qué ventaja? "Eso ya es filosofía pura", responde Carbonell. Está
dicho, las creencias no fosilizan.
Así que hagamos filosofía. O expongamos hipótesis: "Un
aspecto importante aquí es la sociabilidad", dice Carbonell. "Cuando
un homínido aumenta su sociabilidad interacciona de forma distinta con el
medio, y empieza a preguntarse por qué es diferente de otros animales, qué pasa
después de la muerte... Y no tiene respuestas empíricas. La religión vendría a
tapar ese hueco".
Esa visión cuadra con la antropológica. La religión, según Gómez
Pellón, da los valores que contribuyen a estructurar una comunidad en torno a
principios comunes. Por cierto, ¿y si fueran esos valores, y no la religión en
sí, lo que ha sido seleccionado? Curiosamente, señala Gómez Pellón, "los
valores básicos coinciden en todas las religiones: solidaridad, templanza,
humildad...". Tal vez no sea mensurable el valor biológico de la humildad,
pero sí hay muchos modelos que estudian el altruismo y sus posibles ventajas
evolutivas en diversas especies, incluida la humana.
También coinciden Carbonell y Gómez Pellón al señalar el papel
"calmante" de la religión. "La religión ayuda a controlar la
ansiedad de no saber", dice el antropólogo. "Cuanto más se sabe, más
se sabe que no se sabe. Y eso genera ansiedad. Además, el ser humano vive poco.
¿Qué pasa después? Esa pregunta está en todas las culturas, y la religión ayuda
a convivir con ella, nos da seguridad". Lo constatan quienes tratan a diario
con personas próximas a situaciones extremas. "Es verdad que en la
aceptación del proceso de morir las creencias pueden ayudar", señala
Xavier Gómez-Batiste, cirujano oncólogo y Jefe del Servicio de Cuidados
Paliativos del Hospital Universitario de Bellvitge.
Por si fueran pocas ventajas, otros estudios sugieren que las
personas religiosas se deprimen menos, tienen más autoestima e incluso
"viven más", dice Barrett. "El compromiso religioso favorece el
bienestar psicológico, emocional y físico. Hay evidencias de que la religión
ayuda a confiar en los demás y a mantener comunidades más duraderas". La
religión parece útil. Eso explica que el ser humano "sea naturalmente
receptivo ante las creencias y actividades religiosas", prosigue.
Naturalmente receptivos. ¿Significa eso que estamos
orgánicamente predispuestos a ser religiosos? ¿Lo está nuestro cerebro? En los
últimos años varios grupos han recurrido a técnicas de imagen para estudiar el
cerebro en vivo en "actitud religiosa", por así decir. "Son
experimentos difíciles de diseñar porque la experiencia religiosa es muy
variada", advierte Javier Cudeiro, jefe del grupo de Neurociencia y
Control Motor de la
Universidad de Coruña. Los resultados no suelen considerarse
concluyentes. Pero sí se acepta que hay áreas implicadas en la experiencia
religiosa.
En uno de los trabajos se pedía a voluntarios -un grupo de
creyentes y otro de no creyentes- que recitaran textos mientras se les sometía
a un escáner cerebral. Al recitar un determinado salmo, en los cerebros de creyentes
y no creyentes se activaban estructuras distintas. No es sorprendente. "Se
da por hecho", explica Cudeiro; lo mismo que hay áreas implicadas en el
cálculo o en el habla.
La pregunta es si esas estructuras fueron seleccionadas a lo
largo de la evolución expresamente para la religión. Cudeiro no lo cree.
"La experiencia religiosa se relaciona con cambios en la estructura del
cerebro, y neuroquímicos, que llevan a la aparición de la autoconciencia, el
lenguaje... cambios que permiten procesos cognitivos complejos; no son para una
función específica". O sea que la religión bien podría ser, como dice
Carbonell, un efecto secundario de la inteligencia.
Otros estudios de neuroteología han estudiado el cerebro de monjas
mientras evocaban la sensación de unión con Dios, y de monjes meditando. Uno de
los autores de estos trabajos, Mario Beauregard, de la Universidad de
Montreal, aspira incluso a poder generar en no creyentes la misma sensación
mística de los creyentes, a la que se atribuyen tantos efectos beneficiosos:
"Si supiéramos cómo alterar
[con fármacos o
estimulación eléctrica] estas funciones del cerebro, podríamos ayudar a la
gente a alcanzar los estados espirituales usando un dispositivo que estimule el
cerebro ", ha declarado Beauregard a la revista Scientific American.
Lo expuesto en este texto sugiere que la cuestión no es tanto
por qué existe la religión, sino por qué existe el ateísmo. Con todas las
ventajas de la religión, ¿por qué hay gente atea? "El ateísmo actual es un
fenómeno nuevo y queremos investigarlo, sí", dice Barrett por teléfono.
¿Tiene que ver con el avance de la ciencia, capaz de dar al menos algunas de
esas tan buscadas respuestas? Varios estudios indican que, en efecto, los
científicos son menos religiosos que la media. Pero hay excepciones; los
matemáticos y los físicos, en especial los que se dedican al estudio del origen
del universo -¡precisamente!-, tienden a ser más religiosos. No hay consenso
sobre si un mayor grado de educación, o de cociente intelectual, hace ser menos
religioso. "El ser religioso o no seguramente depende de muchos factores
que aún no conocemos", dice Barrett.
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