sábado, 25 de junio de 2011

CARTAS A DIOS

Cartas a Dios no es una película fácil, a priori. Un niño de diez años enfermo de cáncer, Oscar, que vive sus últimos días en un hospital; unos padres que no se atreven a contarle la verdad, y que por ello pierden la confianza de su hijo; una galería de niños -a veces amigos, a veces enemigos- que padecen las más variopintas enfermedades; y una gruñona vendedora de pizzas, Rose, que odia los hospitales y la enfermedad y que reniega de los sentimientos, vengan de donde vengan (de Oscar, de su novio, de sus hijos). Pero lo que en principio tiene todas las trazas de acabar en un drama lacrimógeno, trágico e incluso cruel, resulta ser una película emotiva, entrañable, divertida, profundamente humana. Y sorprendente. Porque en Cartas a Dios nada resulta ser lo esperado.

La malhumorada y malhablada Rose resulta ser un hada madrina para Oscar, su confidente, su vía de escape, su cómplice y su maestra (además de campeona de lucha libre); los días de vida que le quedan a Oscar no son de veinticuatro horas sino de diez años (es el juego que le propone Rose: vivir cada día como si fuese una década); el dolor y la enfermedad se transforman en maravillosas experiencias (el primer amor de Oscar, los altibajos de la adolescencia, la crisis de los cuarenta o el sosiego de la vejez); el miedo y el silencio se tornan esperanza y palabras, en esas cartas que Oscar escribe a Dios comentando sus penas y alegrías, y que cada mañana Rose ata en un globo de helio y suelta hacia el cielo, bajo la iluminada mirada del niño. Y la muerte, siempre presente, acaba siendo más vida para todos, porque ahora Dios entra en juego. Lo que, en estos tiempos convulsos y "tolerantes", es nadar a contra corriente en aguas bravas.

Pero, claro, Eric-Emmanuel Schmitt no es un director de cine corriente. Es, además de cineasta,dramaturgo, escritor y catedrático de Filosofía. Sus libros han sido traducidos a 40 idiomas y sus obras se interpretan en 50 países. Ha hecho teatro (El visitante, que es un diálogo entre Dios y Freud), novela(El señor Ibrahim y las flores del Corán) y cine (Odette). La película que ahora estrena está basada en su propia novela, Oscar y la Dama de Rosa, que a su vez nace de una experiencia personal: hace unos años sufrió una grave enfermedad que lo postró en el hospital durante un tiempo, lo que aprovechó para escribir un libro sobre "esos momentos de fragilidad en los que utilizas la imaginación, la fantasía, la inteligencia y el humor para amar la vida a pesar de todo".

De esa experiencia, Schmitt aprendió que "hay que mirar cada día al mundo como si fuera la primera vez", una maravillosa lección que Rose enseña a Oscar y éste aprende con nota desde su primer encuentro. Porque el escritor francés es, como él mismo reconoce, un gran optimista. Y un gran creyente, a pesar de venir de una familia completamente atea y anticlerical, y vivir en un entorno no precisamente propicio.

Cuando finalizó su novela, lo último que esperaba Eric-Emmanuel Schmitt era un éxito arrollador. Pero la historia llegó al corazón de la gente, los médicos la compraban por docenas para repartirla entre el personal y los propios pacientes; e incluso los niños de la edad de Oscar empezaron a leerla y a pasarla a sus padres y abuelos. Permaneció 160 semanas entre los libros más vendidos y llegó a ganar un premio de la Academia de Medicina, por contribuir a la humanización del hospital y a la comprensión de la enfermedad.

Durante siete años, Eric-Emmanuel Schmitt vivió pensando que era literalmente imposible adaptar su novela al cine (el tabú de la enfermedad infantil, la muerte inexorable, el tema religioso); pero el éxito le animó y decidió que era una forma de compartir sus emociones. Para no centrarla en el niño, añadió más profundidad al personaje de la dama de rosa, lo que supone el gran acierto de la película: cómo Oscar la ayuda a descubrir el enorme caudal de amor y generosidad que tiene y que ella misma se ha negado siempre a reconocer. Así se lo cuenta Rose a Dios: "Querido Dios: quiero darte las gracias por haber conocido a Oscar; me ha cargado de amor para el resto de mi vida". Y este es, precisamente, el fin último de la película: cargarnos de amor, de esperanza, de generosidad, de verdad. "Has de ver la vida como es realmente, frágil y efímera, para amarla más" nos dice Schmitt. Veámosla así, pues.