martes, 25 de octubre de 2011

¿MI DESEO? QUE ENTRE TODOS EVITEMOS ESTO...

Quino, el caricaturista argentino autor de Mafalda, desilusionado con el rumbo que está tomando el mundo en cuanto a valores y educación, expresó su sentimiento al respecto... brillante!!!







La genialidad del artista produce una de las mejores criticas sobre la educación de los hijos en los tiempos actuales..... Padres de Familia, Maestros, amigos:  Reflexionemos, les invito a compartirlo.

domingo, 21 de agosto de 2011

Discurso ante los voluntarios de la XXVI JMJ


Queridos voluntarios
Al concluir los actos de esta inolvidable Jornada Mundial de la Juventud, he querido detenerme aquí, antes de regresar a Roma, para daros las gracias muy vivamente por vuestro inestimable servicio. Es un deber de justicia y una necesidad del corazón. Deber de justicia, porque, gracias a vuestra colaboración, los jóvenes peregrinos han podido encontrar una amable acogida y una ayuda en todas sus necesidades. Con vuestro servicio habéis dado a la Jornada Mundial el rostro de la amabilidad, la simpatía y la entrega a los demás.
Mi gratitud es también una necesidad del corazón, porque no solo habéis estado atentos a los peregrinos, sino también al Papa. En todos los actos en los que he participado, allí estabais vosotros: unos visiblemente y otros en un segundo plano, haciendo posible el orden requerido para que todo fuera bien. No puedo tampoco olvidar el esfuerzo de la preparación de estos días. Cuántos sacrificios, cuánto cariño. Todos, cada uno como sabía y podía, puntada a puntada, habéis ido tejiendo con vuestro trabajo y oración el maravillo cuadro multicolor de esta Jornada. Muchas gracias por vuestra dedicación. Os agradezco este gesto entrañable de amor.
Muchos de vosotros habéis debido renunciar a participar de un modo directo en los actos, al tener que ocuparos de otras tareas de la organización. Sin embargo, esa renuncia ha sido un modo hermoso y evangélico de participar en la Jornada: el de la entrega a los demás de la que habla Jesús. En cierto sentido, habéis hecho realidad las palabras del Señor: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35). Tengo la certeza de que esta experiencia como voluntarios os ha enriquecido a todos en vuestra vida cristiana, que es fundamentalmente un servicio de amor. El Señor trasformará vuestro cansancio acumulado, las preocupaciones y el agobio de muchos momentos en frutos de virtudes cristianas: paciencia, mansedumbre, alegría en el darse a los demás, disponibilidad para cumplir la voluntad de Dios. Amar es servir y el servicio acrecienta el amor. Pienso que es este uno de los frutos más bellos de vuestra contribución a la Jornada Mundial de la Juventud. Pero esta cosecha no la recogéis solo vosotros, sino la Iglesia entera que, como misterio de comunión, se enriquece con la aportación de cada uno de sus miembros.
Al volver ahora a vuestra vida ordinaria, os animo a que guardéis en vuestro corazón esta gozosa experiencia y a que crezcáis cada día más en la entrega de vosotros mismos a Dios y a los hombres. Es posible que en muchos de vosotros se haya despertado tímida o poderosamente una pregunta muy sencilla: ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Cuál es su designio sobre mi vida? ¿Me llama Cristo a seguirlo más de cerca? ¿No podría yo gastar mi vida entera en la misión de anunciar al mundo la grandeza de su amor a través del sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio? Si ha surgido esa inquietud, dejaos llevar por el Señor y ofreceos como voluntarios al servicio de Aquel que «no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45). Vuestra vida alcanzará una plenitud insospechada. Quizás alguno esté pensando: el Papa ha venido a darnos las gracias y se va pidiendo. Sí, así es. Ésta es la misión del Papa, Sucesor de Pedro. Y no olvidéis que Pedro, en su primera carta, recuerda a los cristianos el precio con que han sido rescatados: el de la sangre de Cristo (cf. 1P 1, 18-19). Quien valora su vida desde esta perspectiva sabe que al amor de Cristo solo se puede responder con amor, y eso es lo que os pide el Papa en esta despedida: que respondáis con amor a quien por amor se ha entregado por vosotros. Gracias de nuevo y que Dios vaya siempre con vosotros.

Homilía de la Santa Misa de la JMJ en Cuatro Vientos


Queridos jóvenes:
Con la celebración de la Eucaristía llegamos al momento culminante de esta Jornada Mundial de la Juventud.
Al veros aquí, venidos en gran número de todas partes, mi corazón se llena de gozo pensando en el afecto especial con el que Jesús os mira. Sí, el Señor os quiere y os llama amigos suyos (cf. Jn 15,15). Él viene a vuestro encuentro y desea acompañaros en vuestro camino, para abriros las puertas de una vida plena, y haceros partícipes de su relación íntima con el Padre. Nosotros, por nuestra parte, conscientes de la grandeza de su amor, deseamos corresponder con toda generosidad a esta muestra de predilección con el propósito de compartir también con los demás la alegría que hemos recibido. Ciertamente, son muchos en la actualidad los que se sienten atraídos por la figura de Cristo y desean conocerlo mejor. Perciben que Él es la respuesta a muchas de sus inquietudes personales. Pero, ¿quién es Él realmente? ¿Cómo es posible que alguien que ha vivido sobre la tierra hace tantos años tenga algo que ver conmigo hoy?
En el evangelio que hemos escuchado (cf. Mt 16, 13-20), vemos representados como dos modos distintos de conocer a Cristo. El primero consistiría en un conocimiento externo, caracterizado por la opinión corriente. A la pregunta de Jesús: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?», los discípulos responden: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Es decir, se considera a Cristo como un personaje religioso más de los ya conocidos. Después, dirigiéndose personalmente a los discípulos, Jesús les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde con lo que es la primera confesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». La fe va más allá de los simples datos empíricos o históricos, y es capaz de captar el misterio de la persona de Cristo en su profundidad.
Pero la fe no es fruto del esfuerzo humano, de su razón, sino que es un don de Dios: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Tiene su origen en la iniciativa de Dios, que nos desvela su intimidad y nos invita a participar de su misma vida divina. La fe no proporciona solo alguna información sobre la identidad de Cristo, sino que supone una relación personal con Él, la adhesión de toda la persona, con su inteligencia, voluntad y sentimientos, a la manifestación que Dios hace de sí mismo. Así, la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», en el fondo está impulsando a los discípulos a tomar una decisión personal en relación a Él. Fe y seguimiento de Cristo están estrechamente relacionados. Y, puesto que supone seguir al Maestro, la fe tiene que consolidarse y crecer, hacerse más profunda y madura, a medida que se intensifica y fortalece la relación con Jesús, la intimidad con Él. También Pedro y los demás apóstoles tuvieron que avanzar por este camino, hasta que el encuentro con el Señor resucitado les abrió los ojos a una fe plena.
Queridos jóvenes, también hoy Cristo se dirige a vosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Respondedle con generosidad y valentía, como corresponde a un corazón joven como el vuestro. Decidle: Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone.
En su respuesta a la confesión de Pedro, Jesús habla de la Iglesia: «Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». ¿Qué significa esto? Jesús construye la Iglesia sobre la roca de la fe de Pedro, que confiesa la divinidad de Cristo. Sí, la Iglesia no es una simple institución humana, como otra cualquiera, sino que está estrechamente unida a Dios. El mismo Cristo se refiere a ella como «su» Iglesia. No se puede separar a Cristo de la Iglesia, como no se puede separar la cabeza del cuerpo (cf. 1Co 12,12). La Iglesia no vive de sí misma, sino del Señor. Él está presente en medio de ella, y le da vida, alimento y fortaleza.
Queridos jóvenes, permitidme que, como Sucesor de Pedro, os invite a fortalecer esta fe que se nos ha transmitido desde los Apóstoles, a poner a Cristo, el Hijo de Dios, en el centro de vuestra vida. Pero permitidme también que os recuerde que seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir «por su cuenta» o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él.
Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de otros. Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha ayudado a conocer mejor a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor. Para el crecimiento de vuestra amistad con Cristo es fundamental reconocer la importancia de vuestra gozosa inserción en las parroquias, comunidades y movimientos, así como la participación en la Eucaristía de cada domingo, la recepción frecuente del sacramento del perdón, y el cultivo de la oración y meditación de la Palabra de Dios.
De esta amistad con Jesús nacerá también el impulso que lleva a dar testimonio de la fe en los más diversos ambientes, incluso allí donde hay rechazo o indiferencia. No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios. Pienso que vuestra presencia aquí, jóvenes venidos de los cinco continentes, es una maravillosa prueba de la fecundidad del mandato de Cristo a la Iglesia: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). También a vosotros os incumbe la extraordinaria tarea de ser discípulos y misioneros de Cristo en otras tierras y países donde hay multitud de jóvenes que aspiran a cosas más grandes y, vislumbrando en sus corazones la posibilidad de valores más auténticos, no se dejan seducir por las falsas promesas de un estilo de vida sin Dios.
Queridos jóvenes, rezo por vosotros con todo el afecto de mi corazón. Os encomiendo a la Virgen María, para que ella os acompañe siempre con su intercesión maternal y os enseñe la fidelidad a la Palabra de Dios. Os pido también que recéis por el Papa, para que, como Sucesor de Pedro, pueda seguir confirmando a sus hermanos en la fe. Que todos en la Iglesia, pastores y fieles, nos acerquemos cada día más al Señor, para que crezcamos en santidad de vida y demos así un testimonio eficaz de que Jesucristo es verdaderamente el Hijo de Dios, el Salvador de todos los hombres y la fuente viva de su esperanza. Amén.

Rezo del Angelus Domini en Cuatro Vientos


Queridos amigos.
Ahora vais a regresar a vuestros lugares de residencia habitual. Vuestros amigos querrán saber qué es lo que ha cambiado en vosotros después de haber estado en esta noble Villa con el Papa y cientos de miles de jóvenes de todo el orbe: ¿Qué vais a decirles? Os invito a que deis un audaz testimonio de vida cristiana ante los demás. Así seréis fermento de nuevos cristianos y haréis que la Iglesia despunte con pujanza en el corazón de muchos.
¡Cuánto he pensado en estos días en aquellos jóvenes que aguardan vuestro regreso! Transmitidles mi afecto, en particular a los más desfavorecidos, y también a vuestras familias y a las comunidades de vida cristiana a las que pertenecéis.
No puedo dejar de confesaros que estoy realmente impresionado por el número tan significativo de Obispos y sacerdotes presentes en esta Jornada. A todos ellos doy las gracias muy desde el fondo del alma, animándolos al mismo tiempo a seguir cultivando la pastoral juvenil con entusiasmo y dedicación.
Encomiendo ahora a todos los jóvenes del mundo, y en especial a vosotros, queridos amigos, a la amorosa intercesión de la Santísima Virgen María, Estrella de la nueva evangelización y Madre de los jóvenes, y la saludamos con las mismas palabras que le dirigió el Ángel del Señor.
Post-Angelus
Saludo con afecto al Señor Arzobispo castrense y agradezco vivamente al Ejército del Aire el haber cedido con tanta generosidad la Base Aérea de Cuatro Vientos, precisamente en el centenario de la creación de la aviación militar española. Pongo a todos los que la integran y a sus familias bajo el materno amparo de María Santísima, en su advocación de Nuestra Señora de Loreto.
Asimismo, y al conmemorarse ayer el tercer aniversario del grave accidente aéreo ocurrido en el aeropuerto de Barajas, que ocasionó numerosas víctimas y heridos, deseo hacer llegar mi cercanía espiritual y mi afecto entrañable a todos los afectados por ese lamentable suceso, así como a los familiares de los fallecidos, cuyas almas encomendamos a la misericordia de Dios.
Me complace anunciar ahora que la sede de la próxima Jornada Mundial de la Juventud, en el dos mil trece, será Río de Janeiro. Pidamos al Señor ya desde este instante que asista con su fuerza a cuantos han de ponerla en marcha y allane el camino a los jóvenes de todo el mundo para que puedan reunirse nuevamente con el Papa en esa bella ciudad brasileña.
Queridos amigos, antes de despedirnos, y a la vez que los jóvenes de España entregan a los de Brasil la cruz de las Jornadas Mundiales de la Juventud, como Sucesor de Pedro, confío a todos los aquí presentes este gran cometido: Llevad el conocimiento y el amor de Cristo por todo el mundo. Él quiere que seáis sus apóstoles en el siglo veintiuno y los mensajeros de su alegría. ¡No lo defraudéis! Muchas gracias.

Vigilia de oración con los jóvenes en Cuatro Vientos. Sábado, 20 de Agosto de 2011 20:30


Queridos amigos:
Os saludo a todos, pero en particular a los jóvenes que me han formulado sus preguntas, y les agradezco la sinceridad con que han planteado sus inquietudes, que expresan en cierto modo el anhelo de todos vosotros por alcanzar algo grande en la vida, algo que os dé plenitud y felicidad.
Pero, ¿cómo puede un joven ser fiel a la fe cristiana y seguir aspirando a grandes ideales en la sociedad actual? En el evangelio que hemos escuchado, Jesús nos da una respuesta a esta importante cuestión: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor» (Jn 15, 9).
Sí, queridos amigos, Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que da sentido a todo lo demás. No somos fruto de la casualidad o la irracionalidad, sino que en el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios. Permanecer en su amor significa entonces vivir arraigados en la fe, porque la fe no es la simple aceptación de unas verdades abstractas, sino una relación íntima con Cristo que nos lleva a abrir nuestro corazón a este misterio de amor y a vivir como personas que se saben amadas por Dios.
Si permanecéis en el amor de Cristo, arraigados en la fe, encontraréis, aun en medio de contrariedades y sufrimientos, la raíz del gozo y la alegría. La fe no se opone a vuestros ideales más altos, al contrario, los exalta y perfecciona. Queridos jóvenes, no os conforméis con menos que la Verdad y el Amor, no os conforméis con menos que Cristo.
Precisamente ahora, en que la cultura relativista dominante renuncia y desprecia la búsqueda de la verdad, que es la aspiración más alta del espíritu humano, debemos proponer con coraje y humildad el valor universal de Cristo, como salvador de todos los hombres y fuente de esperanza para nuestra vida. Él, que tomó sobre sí nuestras aflicciones, conoce bien el misterio del dolor humano y muestra su presencia amorosa en todos los que sufren. Estos, a su vez, unidos a la pasión de Cristo, participan muy de cerca en su obra de redención. Además, nuestra atención desinteresada a los enfermos y postergados, siempre será un testimonio humilde y callado del rostro compasivo de Dios.
Queridos amigos, que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra.
En esta vigilia de oración, os invito a pedir a Dios que os ayude a descubrir vuestra vocación en la sociedad y en la Iglesia y a perseverar en ella con alegría y fidelidad.
Vale la pena acoger en nuestro interior la llamada de Cristo y seguir con valentía y generosidad el camino que él nos proponga.
A muchos, el Señor los llama al matrimonio, en el que un hombre y una mujer, formando una sola carne (cf. Gn 2, 24), se realizan en una profunda vida de comunión. Es un horizonte luminoso y exigente a la vez. Un proyecto de amor verdadero que se renueva y ahonda cada día compartiendo alegrías y dificultades, y que se caracteriza por una entrega de la totalidad de la persona. Por eso, reconocer la belleza y bondad del matrimonio, significa ser conscientes de que solo un ámbito de fidelidad e indisolubilidad, así como de apertura al don divino de la vida, es el adecuado a la grandeza y dignidad del amor matrimonial.
A otros, en cambio, Cristo los llama a seguirlo más de cerca en el sacerdocio o en la vida consagrada. Qué hermoso es saber que Jesús te busca, se fija en ti y con su voz inconfundible te dice también a ti: «¡Sígueme!» (cf. Mc 2,14).
Queridos jóvenes, para descubrir y seguir fielmente la forma de vida a la que el Señor os llame a cada uno, es indispensable permanecer en su amor como amigos. Y, ¿cómo se mantiene la amistad si no es con el trato frecuente, la conversación, el estar juntos y el compartir ilusiones o pesares? Santa Teresa de Jesús decía que la oración es «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (cf. Libro de la vida, 8).
Os invito, pues, a permanecer ahora en la adoración a Cristo, realmente presente en la Eucaristía. A dialogar con Él, a poner ante Él vuestras preguntas y a escucharlo.
Queridos amigos, yo rezo por vosotros con toda el alma. Os suplico que recéis también por mí. Pidámosle al Señor en esta noche que, atraídos por la belleza de su amor, vivamos siempre fielmente como discípulos suyos. Amén.
Saludo en francés
[Traducción española: Queridos jóvenes de lengua francesa, estad orgullosos por haber recibido el don de la fe, que iluminará vuestra vida en todo momento. Apoyaos en la fe de aquellos que están cerca de vosotros, en la fe de la Iglesia. Gracias a la fe estamos cimentados en Cristo. Encontraros con otros para profundizar en ella, participad en la Eucaristía, misterio de la fe por excelencia. Solamente Cristo puede responder a vuestras aspiraciones. Dejaros conquistar por Dios para que vuestra presencia dé a la Iglesia un impulso nuevo.]
Saludo en inglés
[Traducción española: Queridos jóvenes, en estos momentos de silencio delante del Santísimo Sacramento, elevemos nuestras mentes y corazones a Jesucristo, el Señor de nuestras vidas y del futuro. Que Él derrame su Espíritu sobre nosotros y sobre toda la Iglesia, para que seamos promotores de libertad, reconciliación y paz en todo el mundo.]
Saludo en alemán
[Traducción española: Queridos jóvenes de lengua alemana. En el fondo, lo que nuestro corazón desea es lo bueno y bello de la vida. No permitáis que vuestros deseos y anhelos caigan en el vacío, antes bien haced que cobren fuerza en Cristo. Él es el cimiento firme, el punto de referencia seguro para una vida plena.]
Saludo en italiano
[Traducción española: Me dirijo ahora a los jóvenes de lengua italiana. Queridos amigos, esta Vigilia quedará como una experiencia inolvidable en vuestra vida. Conservad la llama que Dios ha encendido en vuestros corazones en esta noche: procurad que no se apague, alimentadla cada día, compartidla con vuestros coetáneos que viven en la oscuridad y buscan una luz para su camino. Gracias. Adiós. Hasta mañana.]
Saludo en portugués
[Traducción española: Mis queridos amigos, os invito a todos a establecer un diálogo personal con Cristo, exponiéndole las propias dudas y sobre todo escuchándolo. El Señor está aquí y os llama. Jóvenes amigos, vale la pena escuchar en nuestro interior la Palabra de Jesús y caminar siguiendo sus pasos. Pedid al Señor que os ayude a descubrir vuestra vocación en la vida y en la Iglesia, y a perseverar en ella con alegría y fidelidad, sabiendo que Él nunca os abandonará ni os traicionará. Él está con nosotros hasta el fin del mundo.]
Saludo en polaco
[Traducción italiana: Queridos amigos procedentes de Polonia. Esta vigilia de oración está colmada de la presencia de Cristo. Seguros de su amor, acercaos a Él con la llama de vuestra fe. Él os colmará de su vida. Edificad vuestra vida sobre Cristo y su Evangelio. Os bendigo de corazón.]
Benedicto XVI

sábado, 20 de agosto de 2011

Homilía del Papa en la Santa Misa con los seminaristas. Catedral de la Almudena (Madrid)


Señor Cardenal Arzobispo de Madrid,
Venerados hermanos en el Episcopado,
Queridos sacerdotes y religiosos,
Queridos rectores y formadores,
Queridos seminaristas,
Amigos todos
Me alegra profundamente celebrar la Santa Misa con todos vosotros, que aspiráis a ser sacerdotes de Cristo para el servicio de la Iglesia y de los hombres, y agradezco las amables palabras de saludo con que me habéis acogido. Esta Santa Iglesia Catedral de Santa María La Real de la Almudena es hoy como un inmenso cenáculo donde el Señor celebra con deseo ardiente su Pascua con quienes un día anheláis presidir en su nombre los misterios de la salvación. Al veros, compruebo de nuevo cómo Cristo sigue llamando a jóvenes discípulos para hacerlos apóstoles suyos, permaneciendo así viva la misión de la Iglesia y la oferta del evangelio al mundo. Como seminaristas, estáis en camino hacia una meta santa: ser prolongadores de la misión que Cristo recibió del Padre. Llamados por Él, habéis seguido su voz y atraídos por su mirada amorosa avanzáis hacia el ministerio sagrado. Poned vuestros ojos en Él, que por su encarnación es el revelador supremo de Dios al mundo y por su resurrección es el cumplidor fiel de su promesa. Dadle gracias por esta muestra de predilección que tiene con cada uno de vosotros.
La primera lectura que hemos escuchado nos muestra a Cristo como el nuevo y definitivo sacerdote, que hizo de su existencia una ofrenda total. La antífona del salmo se le puede aplicar perfectamente, cuando, al entrar en el mundo, dirigiéndose a su Padre, dijo: “Aquí estoy para hacer tu voluntad” (cf. Sal 39, 8-9). En todo buscaba agradarle: al hablar y al actuar, recorriendo los caminos o acogiendo a los pecadores. Su vivir fue un servicio y su desvivirse una intercesión perenne, poniéndose en nombre de todos ante el Padre como Primogénito de muchos hermanos. El autor de la carta a los Hebreos afirma que con esa entrega perfeccionó para siempre a los que estábamos llamados a compartir su filiación (cf. Heb 10,14).
La Eucaristía, de cuya institución nos habla el evangelio proclamado (cf. Lc 22,14-20), es la expresión real de esa entrega incondicional de Jesús por todos, también por los que le traicionaban. Entrega de su cuerpo y sangre para la vida de los hombres y para el perdón de sus pecados. La sangre, signo de la vida, nos fue dada por Dios como alianza, a fin de que podamos poner la fuerza de su vida, allí donde reina la muerte a causa de nuestro pecado, y así destruirlo. El cuerpo desgarrado y la sangre vertida de Cristo, es decir su libertad entregada, se han convertido por los signos eucarísticos en la nueva fuente de la libertad redimida de los hombres. En Él tenemos la promesa de una redención definitiva y la esperanza cierta de los bienes futuros. Por Cristo sabemos que no somos caminantes hacia el abismo, hacia el silencio de la nada o de la muerte, sino viajeros hacia una tierra de promisión, hacia Él que es nuestra meta y también nuestro principio.
Queridos amigos, os preparáis para ser apóstoles con Cristo y como Cristo, para ser compañeros de viaje y servidores de los hombres. ¿Cómo vivir estos años de preparación? Ante todo, deben ser años de silencio interior, de permanente oración, de constante estudio y de inserción paulatina en las acciones y estructuras pastorales de la Iglesia. Iglesia que es comunidad e institución, familia y misión, creación de Cristo por su Santo Espíritu y a la vez resultado de quienes la conformamos con nuestra santidad y con nuestros pecados.
Así lo ha querido Dios, que no tiene reparo en hacer de pobres y pecadores sus amigos e instrumentos para la redención del género humano. La santidad de la Iglesia es ante todo la santidad objetiva de la misma persona de Cristo, de su evangelio y de sus sacramentos, la santidad de aquella fuerza de lo alto que la anima e impulsa. Nosotros debemos ser santos para no crear una contradicción entre el signo que somos y la realidad que queremos significar.
Meditad bien este misterio de la Iglesia, viviendo los años de vuestra formación con profunda alegría, en actitud de docilidad, de lucidez y de radical fidelidad evangélica, así como en amorosa relación con el tiempo y las personas en medio de las que vivís. Nadie elige el contexto ni a los destinatarios de su misión. Cada época tiene sus problemas, pero Dios da en cada tiempo la gracia oportuna para asumirlos y superarlos con amor y realismo. Por eso, en cualquier circunstancia en la que se halle, y por dura que esta sea, el sacerdote ha de fructificar en toda clase de obras buenas, guardando para ello siempre vivas en su interior las palabras del día de su Ordenación, aquellas con las que se le exhortaba a configurar su vida con el misterio de la cruz del Señor.
Configurarse con Cristo comporta, queridos seminaristas, identificarse cada vez más con Aquel que se ha hecho por nosotros siervo, sacerdote y víctima. Configurarse con Él es, en realidad, la tarea en la que el sacerdote ha de gastar toda su vida. Ya sabemos que nos sobrepasa y no lograremos cumplirla plenamente, pero, como dice san Pablo, corremos hacia la meta esperando alcanzarla (cf. Flp 3,12-14).
Pero Cristo, Sumo Sacerdote, es también el Buen Pastor, que cuida de sus ovejas hasta dar la vida por ellas (cf. Jn 10,11). Para imitar también en esto al Señor, vuestro corazón ha de ir madurando en el Seminario, estando totalmente a disposición del Maestro. Esta disponibilidad, que es don del Espíritu Santo, es la que inspira la decisión de vivir el celibato por el Reino de los cielos, el desprendimiento de los bienes de la tierra, la austeridad de vida y la obediencia sincera y sin disimulo.
Pedidle, pues, a Él, que os conceda imitarlo en su caridad hasta el extremo para con todos, sin rehuir a los alejados y pecadores, de forma que, con vuestra ayuda, se conviertan y vuelvan al buen camino. Pedidle que os enseñe a estar muy cerca de los enfermos y de los pobres, con sencillez y generosidad. Afrontad este reto sin complejos ni mediocridad, antes bien como una bella forma de realizar la vida humana en gratuidad y en servicio, siendo testigos de Dios hecho hombre, mensajeros de la altísima dignidad de la persona humana y, por consiguiente, sus defensores incondicionales. Apoyados en su amor, no os dejéis intimidar por un entorno en el que se pretende excluir a Dios y en el que el poder, el tener o el placer a menudo son los principales criterios por los que se rige la existencia. Puede que os menosprecien, como se suele hacer con quienes evocan metas más altas o desenmascaran los ídolos ante los que hoy muchos se postran. Será entonces cuando una vida hondamente enraizada en Cristo se muestre realmente como una novedad y atraiga con fuerza a quienes de veras buscan a Dios, la verdad y la justicia.
Alentados por vuestros formadores, abrid vuestra alma a la luz del Señor para ver si este camino, que requiere valentía y autenticidad, es el vuestro, avanzando hacia el sacerdocio solamente si estáis firmemente persuadidos de que Dios os llama a ser sus ministros y plenamente decididos a ejercerlo obedeciendo las disposiciones de la Iglesia.
Con esa confianza, aprended de Aquel que se definió a sí mismo como manso y humilde de corazón, despojándoos para ello de todo deseo mundano, de manera que no os busquéis a vosotros mismos, sino que con vuestro comportamiento edifiquéis a vuestros hermanos, como hizo el santo patrono del clero secular español, san Juan de Ávila. Animados por su ejemplo, mirad, sobre todo, a la Virgen María, Madre de los sacerdotes. Ella sabrá forjar vuestra alma según el modelo de Cristo, su divino Hijo, y os enseñará siempre a custodiar los bienes que Él adquirió en el Calvario para la salvación del mundo. Amén.

viernes, 19 de agosto de 2011

Discurso del Vía Crucis. Plaza de Cibeles (Madrid)


Queridos jóvenes:
Con piedad y fervor hemos celebrado este Vía Crucis, acompañando a Cristo en su Pasión y Muerte. Los comentarios de las Hermanitas de la Cruz, que sirven a los más pobres y menesterosos, nos han facilitado adentrarnos en el misterio de la Cruz gloriosa de Cristo, que contiene la verdadera sabiduría de Dios, la que juzga al mundo y a los que se creen sabios (cf. 1 Co 1,17-19). También nos ha ayudado en este itinerario hacia el Calvario la contemplación de estas extraordinarias imágenes del patrimonio religioso de las diócesis españolas. Son imágenes donde la fe y el arte se armonizan para llegar al corazón del hombre e invitarle a la conversión. Cuando la mirada de la fe es limpia y auténtica, la belleza se pone a su servicio y es capaz de representar los misterios de nuestra salvación hasta conmovernos profundamente y transformar nuestro corazón, como sucedió a Santa Teresa de Jesús al contemplar una imagen de Cristo muy llagado (cf. Libro de la vida, 9,1).
Mientras avanzábamos con Jesús, hasta llegar a la cima de su entrega en el Calvario, nos venían a la mente las palabras de san Pablo: «Cristo me amó y se entregó por mí» (Gál 2,20). Ante un amor tan desinteresado, llenos de estupor y gratitud, nos preguntamos ahora: ¿Qué haremos nosotros por él? ¿Qué respuesta le daremos? San Juan lo dice claramente: «En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos» (1 Jn 3,16). La pasión de Cristo nos impulsa a cargar sobre nuestros hombros el sufrimiento del mundo, con la certeza de que Dios no es alguien distante o lejano del hombre y sus vicisitudes. Al contrario, se hizo uno de nosotros «para poder compadecer Él mismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre… Por eso, en cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir y padecer; de ahí se difunde en cada sufrimiento la consolatio, el consuelo del amor participado de Dios y así aparece la estrella de la esperanza» (Spe salvi, 39).
Queridos jóvenes, que el amor de Cristo por nosotros aumente vuestra alegría y os aliente a estar cerca de los menos favorecidos. Vosotros, que sois muy sensibles a la idea de compartir la vida con los demás, no paséis de largo ante el sufrimiento humano, donde Dios os espera para que entreguéis lo mejor de vosotros mismos: vuestra capacidad de amar y de compadecer. Las diversas formas de sufrimiento que, a lo largo del Vía Crucis, han desfilado ante nuestros ojos son llamadas del Señor para edificar nuestras vidas siguiendo sus huellas y hacer de nosotros signos de su consuelo y salvación. «Sufrir con el otro, por los otros, sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de la humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo» (ibid.).
Que sepamos acoger estas lecciones y llevarlas a la práctica. Miremos para ello a Cristo, colgado en el áspero madero, y pidámosle que nos enseñe esta sabiduría misteriosa de la cruz, gracias a la cual el hombre vive. La cruz no fue el desenlace de un fracaso, sino el modo de expresar la entrega amorosa que llega hasta la donación más inmensa de la propia vida. El Padre quiso amar a los hombres en el abrazo de su Hijo crucificado por amor. La cruz en su forma y significado representa ese amor del Padre y de Cristo a los hombres. En ella reconocemos el icono del amor supremo, en donde aprendemos a amar lo que Dios ama y como Él lo hace: esta es la Buena Noticia que devuelve la esperanza al mundo.
Volvamos ahora nuestros ojos a la Virgen María, que en el Calvario nos fue entregada como Madre, y supliquémosle que nos sostenga con su amorosa protección en el camino de la vida, en particular cuando pasemos por la noche del dolor, para que alcancemos a mantenernos como Ella firmes al pie de la cruz.

Discurso del Papa en su encuentro con profesores universitarios. San Lorenzo de El Escorial

Señor Cardenal Arzobispo de Madrid,
Queridos Hermanos en el Episcopado,
Queridos Padres Agustinos,
Queridos Profesores y Profesoras,
Distinguidas Autoridades,
Amigos todos
Esperaba con ilusión este encuentro con vosotros, jóvenes profesores de las universidades españolas, que prestáis una espléndida colaboración en la difusión de la verdad, en circunstancias no siempre fáciles. Os saludo cordialmente y agradezco las amables palabras de bienvenida, así como la música interpretada, que ha resonado de forma maravillosa en este monasterio de gran belleza artística, testimonio elocuente durante siglos de una vida de oración y estudio. En este emblemático lugar, razón y fe se han fundido armónicamente en la austera piedra para modelar uno de los monumentos más renombrados de España.
Saludo también con particular afecto a aquellos que en estos días habéis participado en Ávila en el Congreso Mundial de Universidades Católicas, bajo el lema: “Identidad y misión de la Universidad Católica”.
Al estar entre vosotros, me vienen a la mente mis primeros pasos como profesor en la Universidad de Bonn. Cuando todavía se apreciaban las heridas de la guerra y eran muchas las carencias materiales, todo lo suplía la ilusión por una actividad apasionante, el trato con colegas de las diversas disciplinas y el deseo de responder a las inquietudes últimas y fundamentales de los alumnos. Esta “universitas” que entonces viví, de profesores y estudiantes que buscan juntos la verdad en todos los saberes, o como diría Alfonso X el Sabio, ese “ayuntamiento de maestros y escolares con voluntad y entendimiento de aprender los saberes” (Siete Partidas, partida II, tít. XXXI), clarifica el sentido y hasta la definición de la Universidad.
En el lema de la presente Jornada Mundial de la Juventud: “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (cf. Col 2, 7), podéis también encontrar luz para comprender mejor vuestro ser y quehacer. En este sentido, y como ya escribí en el Mensaje a los jóvenes como preparación para estos días, los términos “arraigados, edificados y firmes” apuntan a fundamentos sólidos para la vida (cf. n. 2).
Pero, ¿dónde encontrarán los jóvenes esos puntos de referencia en una sociedad quebradiza e inestable? A veces se piensa que la misión de un profesor universitario sea hoy exclusivamente la de formar profesionales competentes y eficaces que satisfagan la demanda laboral en cada preciso momento. También se dice que lo único que se debe privilegiar en la presente coyuntura es la mera capacitación técnica. Ciertamente, cunde en la actualidad esa visión utilitarista de la educación, también la universitaria, difundida especialmente desde ámbitos extrauniversitarios. Sin embargo, vosotros que habéis vivido como yo la Universidad, y que la vivís ahora como docentes, sentís sin duda el anhelo de algo más elevado que corresponda a todas las dimensiones que constituyen al hombre. Sabemos que cuando la sola utilidad y el pragmatismo inmediato se erigen como criterio principal, las pérdidas pueden ser dramáticas: desde los abusos de una ciencia sin límites, más allá de ella misma, hasta el totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia superior al mero cálculo de poder. En cambio, la genuina idea de Universidad es precisamente lo que nos preserva de esa visión reduccionista y sesgada de lo humano. En efecto, la Universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa donde se busca la verdad propia de la persona humana. Por ello, no es casualidad que fuera la Iglesia quien promoviera la institución universitaria, pues la fe cristiana nos habla de Cristo como el Logos por quien todo fue hecho (cf. Jn 1,3), y del ser humano creado a imagen y semejanza de Dios. Esta buena noticia descubre una racionalidad en todo lo creado y contempla al hombre como una criatura que participa y puede llegar a reconocer esa racionalidad. La Universidad encarna, pues, un ideal que no debe desvirtuarse ni por ideologías cerradas al diálogo racional, ni por servilismos a una lógica utilitarista de simple mercado, que ve al hombre como mero consumidor.
He ahí vuestra importante y vital misión. Sois vosotros quienes tenéis el honor y la responsabilidad de transmitir ese ideal universitario: un ideal que habéis recibido de vuestros mayores, muchos de ellos humildes seguidores del Evangelio y que en cuanto tales se han convertido en gigantes del espíritu.
Debemos sentirnos sus continuadores en una historia bien distinta de la suya, pero en la que las cuestiones esenciales del ser humano siguen reclamando nuestra atención e impulsándonos hacia adelante. Con ellos nos sentimos unidos a esa cadena de hombres y mujeres que se han entregado a proponer y acreditar la fe ante la inteligencia de los hombres. Y el modo de hacerlo no solo es enseñarlo, sino vivirlo, encarnarlo, como también el Logos se encarnó para poner su morada entre nosotros. En este sentido, los jóvenes necesitan auténticos maestros; personas abiertas a la verdad total en las diferentes ramas del saber, sabiendo escuchar y viviendo en su propio interior ese diálogo interdisciplinar; personas convencidas, sobre todo, de la capacidad humana de avanzar en el camino hacia la verdad. La juventud es tiempo privilegiado para la búsqueda y el encuentro con la verdad. Como ya dijo Platón: “Busca la verdad mientras eres joven, pues si no lo haces, después se te escapará de entre las manos” (Parménides, 135d). Esta alta aspiración es la más valiosa que podéis transmitir personal y vitalmente a vuestros estudiantes, y no simplemente unas técnicas instrumentales y anónimas, o unos datos fríos, usados sólo funcionalmente.
Por tanto, os animo encarecidamente a no perder nunca dicha sensibilidad e ilusión por la verdad; a no olvidar que la enseñanza no es una escueta comunicación de contenidos, sino una formación de jóvenes a quienes habéis de comprender y querer, en quienes debéis suscitar esa sed de verdad que poseen en lo profundo y ese afán de superación. Sed para ellos estímulo y fortaleza.
Para esto, es preciso tener en cuenta, en primer lugar, que el camino hacia la verdad completa compromete también al ser humano por entero: es un camino de la inteligencia y del amor, de la razón y de la fe. No podemos avanzar en el conocimiento de algo si no nos mueve el amor; ni tampoco amar algo en lo que no vemos racionalidad: pues “no existe la inteligencia y después el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor” (Caritas in veritate, n. 30). Si verdad y bien están unidos, también lo están conocimiento y amor. De esta unidad deriva la coherencia de vida y pensamiento, la ejemplaridad que se exige a todo buen educador.
En segundo lugar, hay que considerar que la verdad misma siempre va a estar más allá de nuestro alcance. Podemos buscarla y acercarnos a ella, pero no podemos poseerla del todo: más bien, es ella la que nos posee a nosotros y la que nos motiva. En el ejercicio intelectual y docente, la humildad es asimismo una virtud indispensable, que protege de la vanidad que cierra el acceso a la verdad. No debemos atraer a los estudiantes a nosotros mismos, sino encaminarlos hacia esa verdad que todos buscamos. A esto os ayudará el Señor, que os propone ser sencillos y eficaces como la sal, o como la lámpara, que da luz sin hacer ruido (cf. Mt 5,13-15).
Todo esto nos invita a volver siempre la mirada a Cristo, en cuyo rostro resplandece la Verdad que nos ilumina, pero que también es el Camino que lleva a la plenitud perdurable, siendo Caminante junto a nosotros y sosteniéndonos con su amor. Arraigados en Él, seréis buenos guías de nuestros jóvenes. Con esa esperanza, os pongo bajo el amparo de la Virgen María, Trono de la Sabiduría, para que Ella os haga colaboradores de su Hijo con una vida colmada de sentido para vosotros mismos y fecunda en frutos, tanto de conocimiento como de fe, para vuestros alumnos.

Discurso del Papa durante su enceuntro con religiosas jóvenes. San Lorenzo de El Escorial


Queridas jóvenes religiosas:
Dentro de la Jornada Mundial de la Juventud que estamos celebrando en Madrid, es un gozo grande poder encontrarme con vosotras, que habéis consagrado vuestra juventud al Señor, y os doy las gracias por el amable saludo que me habéis dirigido. Agradezco al Señor Cardenal Arzobispo de Madrid que haya previsto este encuentro en un marco tan evocador como es el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Si su célebre Biblioteca custodia importantes ediciones de la Sagrada Escritura y de Reglas monásticas de varias familias religiosas, vuestra vida de fidelidad a la llamada recibida es también una preciosa manera de guardar la Palabra del Señor que resuena en vuestras formas de espiritualidad.
Queridas hermanas, cada carisma es una palabra evangélica que el Espíritu Santo recuerda a su Iglesia (cf. Jn 14, 26). No en vano, la Vida Consagrada «nace de la escucha de la Palabra de Dios y acoge el Evangelio como su norma de vida. En este sentido, el vivir siguiendo a Cristo casto, pobre y obediente, se convierte en “exégesis” viva de la Palabra de Dios... De ella ha brotado cada carisma y de ella quiere ser expresión cada regla, dando origen a itinerarios de vida cristiana marcados por la radicalidad evangélica» (Exh. apostólica Verbum Domini, 83).
La radicalidad evangélica es estar “arraigados y edificados en Cristo, y firmes en la fe” (cf. Col, 2,7), que en la Vida Consagrada significa ir a la raíz del amor a Jesucristo con un corazón indiviso, sin anteponer nada a ese amor (cf. San Benito, Regla, IV, 21), con una pertenencia esponsal como la han vivido los santos, al estilo de Rosa de Lima y Rafael Arnáiz, jóvenes patronos de esta Jornada Mundial de la Juventud. El encuentro personal con Cristo que nutre vuestra consagración debe testimoniarse con toda su fuerza transformadora en vuestras vidas; y cobra una especial relevancia hoy, cuando «se constata una especie de “eclipse de Dios”, una cierta amnesia, más aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación del tesoro de la fe recibida, con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza» (Mensaje para la XXVI Jornada Mundial de la Juventud 2011, 1). Frente al relativismo y la mediocridad, surge la necesidad de esta radicalidad que testimonia la consagración como una pertenencia a Dios sumamente amado.
Dicha radicalidad evangélica de la Vida Consagrada se expresa en la comunión filial con la Iglesia, hogar de los hijos de Dios que Cristo ha edificado. La comunión con los Pastores, que en nombre del Señor proponen el depósito de la fe recibido a través de los Apóstoles, del Magisterio de la Iglesia y de la tradición cristiana.
La comunión con vuestra familia religiosa, custodiando su genuino patrimonio espiritual con gratitud, y apreciando también los otros carismas. La comunión con otros miembros de la Iglesia como los laicos, llamados a testimoniar desde su vocación específica el mismo evangelio del Señor.
Finalmente, la radicalidad evangélica se expresa en la misión que Dios ha querido confiaros. Desde la vida contemplativa que acoge en sus claustros la Palabra de Dios en silencio elocuente y adora su belleza en la soledad por Él habitada, hasta los diversos caminos de vida apostólica, en cuyos surcos germina la semilla evangélica en la educación de niños y jóvenes, el cuidado de los enfermos y ancianos, el acompañamiento de las familias, el compromiso a favor de la vida, el testimonio de la verdad, el anuncio de la paz y la caridad, la labor misionera y la nueva evangelización, y tantos otros campos del apostolado eclesial.
Queridas hermanas, este es el testimonio de la santidad a la que Dios os llama, siguiendo muy de cerca y sin condiciones a Jesucristo en la consagración, la comunión y la misión. La Iglesia necesita de vuestra fidelidad joven arraigada y edificada en Cristo. Gracias por vuestro “sí” generoso, total y perpetuo a la llamada del Amado. Que la Virgen María sostenga y acompañe vuestra juventud consagrada, con el vivo deseo de que interpele, aliente e ilumine a todos los jóvenes.
Con estos sentimientos, pido a Dios que recompense copiosamente la generosa contribución de la Vida Consagrada a esta Jornada Mundial de la Juventud, y en su nombre os bendigo de todo corazón. Muchas gracias.

jueves, 18 de agosto de 2011

Discurso del Papa durante la Fiesta de acogida de los jóvenes. Plaza de Cibeles (Madrid)

Queridos amigos:
Agradezco las cariñosas palabras que me han dirigido los jóvenes representantes de los cinco continentes. Y saludo con afecto a todos los que estáis aquí congregados, jóvenes de Oceanía, África, América, Asia y Europa; y también a los que no pudieron venir. Siempre os tengo muy presentes y rezo por vosotros. Dios me ha concedido la gracia de poder veros y oíros más de cerca, y de ponernos juntos a la escucha de su Palabra.
En la lectura que se ha proclamado antes, hemos oído un pasaje del Evangelio en que se habla de acoger las palabras de Jesús y de ponerlas en práctica. Hay palabras que solamente sirven para entretener, y pasan como el viento; otras instruyen la mente en algunos aspectos; las de Jesús, en cambio, han de llegar al corazón, arraigar en él y fraguar toda la vida. Sin esto, se quedan vacías y se vuelven efímeras. No nos acercan a Él. Y, de este modo, Cristo sigue siendo lejano, como una voz entre otras muchas que nos rodean y a las que estamos tan acostumbrados. El Maestro que habla, además, no enseña lo que ha aprendido de otros, sino lo que Él mismo es, el único que conoce de verdad el camino del hombre hacia Dios, porque es Él quien lo ha abierto para nosotros, lo ha creado para que podamos alcanzar la vida auténtica, la que siempre vale la pena vivir en toda circunstancia y que ni siquiera la muerte puede destruir.
El Evangelio prosigue explicando estas cosas con la sugestiva imagen de quien construye sobre roca firme, resistente a las embestidas de las adversidades, contrariamente a quien edifica sobre arena, tal vez en un paraje paradisíaco, podríamos decir hoy, pero que se desmorona con el primer azote de los vientos y se convierte en ruinas.
Queridos jóvenes, escuchad de verdad las palabras del Señor para que sean en vosotros «espíritu y vida» (Jn 6,63), raíces que alimentan vuestro ser, pautas de conducta que nos asemejen a la persona de Cristo, siendo pobres de espíritu, hambrientos de justicia, misericordiosos, limpios de corazón, amantes de la paz.
Hacedlo cada día con frecuencia, como se hace con el único Amigo que no defrauda y con el que queremos compartir el camino de la vida. Bien sabéis que, cuando no se camina al lado de Cristo, que nos guía, nos dispersamos por otras sendas, como la de nuestros propios impulsos ciegos y egoístas, la de propuestas halagadoras pero interesadas, engañosas y volubles, que dejan el vacío y la frustración tras de sí.
Aprovechad estos días para conocer mejor a Cristo y cercioraros de que, enraizados en Él, vuestro entusiasmo y alegría, vuestros deseos de ir a más, de llegar a lo más alto, hasta Dios, tienen siempre futuro cierto, porque la vida en plenitud ya se ha aposentado dentro de vuestro ser. Hacedla crecer con la gracia divina, generosamente y sin mediocridad, planteándoos seriamente la meta de la santidad. Y, ante nuestras flaquezas, que a veces nos abruman, contamos también con la misericordia del Señor, siempre dispuesto a darnos de nuevo la mano y que nos ofrece el perdón en el sacramento de la Penitencia.
Al edificar sobre la roca firme, no solamente vuestra vida será sólida y estable, sino que contribuirá a proyectar la luz de Cristo sobre vuestros coetáneos y sobre toda la humanidad, mostrando una alternativa válida a tantos como se han venido abajo en la vida, porque los fundamentos de su existencia eran inconsistentes. A tantos que se contentan con seguir las corrientes de moda, se cobijan en el interés inmediato, olvidando la justicia verdadera, o se refugian en pareceres propios en vez de buscar la verdad sin adjetivos.
Sí, hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos. Desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias; dar en cada instante un paso al azar, sin rumbo fijo, dejándose llevar por el impulso de cada momento. Estas tentaciones siempre están al acecho. Es importante no sucumbir a ellas, porque, en realidad, conducen a algo tan evanescente como una existencia sin horizontes, una libertad sin Dios. Nosotros, en cambio, sabemos bien que hemos sido creados libres, a imagen de Dios, precisamente para que seamos protagonistas de la búsqueda de la verdad y del bien, responsables de nuestras acciones, y no meros ejecutores ciegos, colaboradores creativos en la tarea de cultivar y embellecer la obra de la creación. Dios quiere un interlocutor responsable, alguien que pueda dialogar con Él y amarle. Por Cristo lo podemos conseguir verdaderamente y, arraigados en Él, damos alas a nuestra libertad. ¿No es este el gran motivo de nuestra alegría? ¿No es este un suelo firme para edificar la civilización del amor y de la vida, capaz de humanizar a todo hombre?
Queridos amigos: sed prudentes y sabios, edificad vuestras vidas sobre el cimiento firme que es Cristo. Esta sabiduría y prudencia guiará vuestros pasos, nada os hará temblar y en vuestro corazón reinará la paz. Entonces seréis bienaventurados, dichosos, y vuestra alegría contagiará a los demás. Se preguntarán por el secreto de vuestra vida y descubrirán que la roca que sostiene todo el edificio y sobre la que se asienta toda vuestra existencia es la persona misma de Cristo, vuestro amigo, hermano y Señor, el Hijo de Dios hecho hombre, que da consistencia a todo el universo. Él murió por nosotros y resucitó para que tuviéramos vida, y ahora, desde el trono del Padre, sigue vivo y cercano a todos los hombres, velando continuamente con amor por cada uno de nosotros.
Encomiendo los frutos de esta Jornada Mundial de la Juventud a la Santísima Virgen María, que supo decir «sí» a la voluntad de Dios, y nos enseña como nadie la fidelidad a su divino Hijo, al que siguió hasta su muerte en la cruz. Meditaremos todo esto más detenidamente en las diversas estaciones del Via crucis. Y pidamos que, como Ella, nuestro «sí» de hoy a Cristo sea también un «sí» incondicional a su amistad, al final de esta Jornada y durante toda nuestra vida.
Muchas gracias.

Discurso de Benedicto XVI durante la ceremonia de bienvenida en Barajas

Majestades, Señor Cardenal Arzobispo de Madrid,

Señores Cardenales, Venerados hermanos en el Episcopado y el Sacerdocio, Distinguidas Autoridades Nacionales, Autonómicas y Locales, Querido pueblo de Madrid y de España entera.
Gracias, Majestad, por su presencia aquí, junto con la Reina, y por las palabras tan deferentes y afables que me ha dirigido al darme la bienvenida. Palabras que me hacen revivir las inolvidables muestras de simpatía recibidas en mis anteriores visitas apostólicas a España, y muy particularmente en mi reciente viaje a Santiago de Compostela y Barcelona. Saludo muy cordialmente a los que estáis aquí reunidos en Barajas, y a cuantos siguen este acto a través de la radio y la televisión. Y también una mención muy agradecida a los que con tanta entrega y dedicación, desde instancias eclesiales y civiles, han contribuido con su esfuerzo y trabajo para que esta Jornada Mundial de la Juventud en Madrid se desarrolle felizmente y obtenga frutos abundantes.
Deseo también agradecer de todo corazón la hospitalidad de tantas familias, parroquias, colegios y otras instituciones que han acogido a los jóvenes llegados de todo el mundo, primero en diferentes regiones y ciudades de España, y ahora en esta gran Villa de Madrid, cosmopolita y siempre con las puertas abiertas.
Vengo aquí a encontrarme con millares de jóvenes de todo el mundo, católicos, interesados por Cristo o en busca de la verdad que dé sentido genuino a su existencia. Llego como Sucesor de Pedro para confirmar a todos en la fe, viviendo unos días de intensa actividad pastoral para anunciar que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Para impulsar el compromiso de construir el Reino de Dios en el mundo, entre nosotros.
Para exhortar a los jóvenes a encontrarse personalmente con Cristo Amigo y así, radicados en su Persona, convertirse en sus fieles seguidores y valerosos testigos.
¿Por qué y para qué ha venido esta multitud de jóvenes a Madrid? Aunque la respuesta deberían darla ellos mismos, bien se puede pensar que desean escuchar la Palabra de Dios, como se les ha propuesto en el lema para esta Jornada Mundial de la Juventud, de manera que, arraigados y edificados en Cristo, manifiesten la firmeza de su fe.
Muchos de ellos han oído la voz de Dios, tal vez solo como un leve susurro, que los ha impulsado a buscarlo más diligentemente y a compartir con otros la experiencia de la fuerza que tiene en sus vidas. Este descubrimiento del Dios vivo alienta a los jóvenes y abre sus ojos a los desafíos del mundo en que viven, con sus posibilidades y limitaciones. Ven la superficialidad, el consumismo y el hedonismo imperantes, tanta banalidad a la hora de vivir la sexualidad, tanta insolidaridad, tanta corrupción. Y saben que sin Dios sería arduo afrontar esos retos y ser verdaderamente felices, volcando para ello su entusiasmo en la consecución de una vida auténtica. Pero con Él a su lado, tendrán luz para caminar y razones para esperar, no deteniéndose ya ante sus más altos ideales, que motivarán su generoso compromiso por construir una sociedad donde se respete la dignidad humana y la fraternidad real. Aquí, en esta Jornada, tienen una ocasión privilegiada para poner en común sus aspiraciones, intercambiar recíprocamente la riqueza de sus culturas y experiencias, animarse mutuamente en un camino de fe y de vida, en el cual algunos se creen solos o ignorados en sus ambientes cotidianos. Pero no, no están solos. Muchos coetáneos suyos comparten sus mismos propósitos y, fiándose por entero de Cristo, saben que tienen realmente un futuro por delante y no temen los compromisos decisivos que llenan toda la vida. Por eso me causa inmensa alegría escucharlos, rezar juntos y celebrar la Eucaristía con ellos. La Jornada Mundial de la Juventud nos trae un mensaje de esperanza, como una brisa de aire puro y juvenil, con aromas renovadores que nos llenan de confianza ante el mañana de la Iglesia y del mundo.
Ciertamente, no faltan dificultades. Subsisten tensiones y choques abiertos en tantos lugares del mundo, incluso con derramamiento de sangre. La justicia y el altísimo valor de la persona humana se doblegan fácilmente a intereses egoístas, materiales e ideológicos. No siempre se respeta como es debido el medio ambiente y la naturaleza, que Dios ha creado con tanto amor. Muchos jóvenes, además, miran con preocupación el futuro ante la dificultad de encontrar un empleo digno, o bien por haberlo perdido o tenerlo muy precario e inseguro. Hay otros que precisan de prevención para no caer en la red de la droga, o de ayuda eficaz, si por desgracia ya cayeron en ella. No pocos, por causa de su fe en Cristo, sufren en sí mismos la discriminación, que lleva al desprecio y a la persecución abierta o larvada que padecen en determinadas regiones y países. Se les acosa queriendo apartarlos de Él, privándolos de los signos de su presencia en la vida pública, y silenciando hasta su santo Nombre. Pero yo vuelvo a decir a los jóvenes, con todas las fuerzas de mi corazón: que nada ni nadie os quite la paz; no os avergoncéis del Señor. Él no ha tenido reparo en hacerse uno como nosotros y experimentar nuestras angustias para llevarlas a Dios, y así nos ha salvado.
En este contexto, es urgente ayudar a los jóvenes discípulos de Jesús a permanecer firmes en la fe y a asumir la bella aventura de anunciarla y testimoniarla abiertamente con su propia vida. Un testimonio valiente y lleno de amor al hombre hermano, decidido y prudente a la vez, sin ocultar su propia identidad cristiana, en un clima de respetuosa convivencia con otras legítimas opciones y exigiendo al mismo tiempo el debido respeto a las propias.
Majestad, al reiterar mi agradecimiento por la deferente bienvenida que me habéis dispensado, deseo expresar también mi aprecio y cercanía a todos los pueblos de España, así como mi admiración por un País tan rico de historia y cultura, por la vitalidad de su fe, que ha fructificado en tantos santos y santas de todas las épocas, en numerosos hombres y mujeres que dejando su tierra han llevado el Evangelio por todos los rincones del orbe, y en personas rectas, solidarias y bondadosas en todo su territorio. Es un gran tesoro que ciertamente vale la pena cuidar con actitud constructiva, para el bien común de hoy y para ofrecer un horizonte luminoso al porvenir de las nuevas generaciones. Aunque haya actualmente motivos de preocupación, mayor es el afán de superación de los españoles, con ese dinamismo que los caracteriza, y al que tanto contribuyen sus hondas raíces cristianas, muy fecundas a lo largo de los siglos.
Saludo desde aquí muy cordialmente a todos los queridos amigos españoles y madrileños, y a los que han venido de tantas otras tierras. Durante estos días estaré junto a vosotros, teniendo también muy presentes a todos los jóvenes del mundo, en particular a los que pasan por pruebas de diversa índole. Al confiar este encuentro a la Santísima Virgen María, y a la intercesión de los santos protectores de esta Jornada, pido a Dios que bendiga y proteja siempre a los hijos de España.
Muchas gracias.

sábado, 25 de junio de 2011

CARTAS A DIOS

Cartas a Dios no es una película fácil, a priori. Un niño de diez años enfermo de cáncer, Oscar, que vive sus últimos días en un hospital; unos padres que no se atreven a contarle la verdad, y que por ello pierden la confianza de su hijo; una galería de niños -a veces amigos, a veces enemigos- que padecen las más variopintas enfermedades; y una gruñona vendedora de pizzas, Rose, que odia los hospitales y la enfermedad y que reniega de los sentimientos, vengan de donde vengan (de Oscar, de su novio, de sus hijos). Pero lo que en principio tiene todas las trazas de acabar en un drama lacrimógeno, trágico e incluso cruel, resulta ser una película emotiva, entrañable, divertida, profundamente humana. Y sorprendente. Porque en Cartas a Dios nada resulta ser lo esperado.

La malhumorada y malhablada Rose resulta ser un hada madrina para Oscar, su confidente, su vía de escape, su cómplice y su maestra (además de campeona de lucha libre); los días de vida que le quedan a Oscar no son de veinticuatro horas sino de diez años (es el juego que le propone Rose: vivir cada día como si fuese una década); el dolor y la enfermedad se transforman en maravillosas experiencias (el primer amor de Oscar, los altibajos de la adolescencia, la crisis de los cuarenta o el sosiego de la vejez); el miedo y el silencio se tornan esperanza y palabras, en esas cartas que Oscar escribe a Dios comentando sus penas y alegrías, y que cada mañana Rose ata en un globo de helio y suelta hacia el cielo, bajo la iluminada mirada del niño. Y la muerte, siempre presente, acaba siendo más vida para todos, porque ahora Dios entra en juego. Lo que, en estos tiempos convulsos y "tolerantes", es nadar a contra corriente en aguas bravas.

Pero, claro, Eric-Emmanuel Schmitt no es un director de cine corriente. Es, además de cineasta,dramaturgo, escritor y catedrático de Filosofía. Sus libros han sido traducidos a 40 idiomas y sus obras se interpretan en 50 países. Ha hecho teatro (El visitante, que es un diálogo entre Dios y Freud), novela(El señor Ibrahim y las flores del Corán) y cine (Odette). La película que ahora estrena está basada en su propia novela, Oscar y la Dama de Rosa, que a su vez nace de una experiencia personal: hace unos años sufrió una grave enfermedad que lo postró en el hospital durante un tiempo, lo que aprovechó para escribir un libro sobre "esos momentos de fragilidad en los que utilizas la imaginación, la fantasía, la inteligencia y el humor para amar la vida a pesar de todo".

De esa experiencia, Schmitt aprendió que "hay que mirar cada día al mundo como si fuera la primera vez", una maravillosa lección que Rose enseña a Oscar y éste aprende con nota desde su primer encuentro. Porque el escritor francés es, como él mismo reconoce, un gran optimista. Y un gran creyente, a pesar de venir de una familia completamente atea y anticlerical, y vivir en un entorno no precisamente propicio.

Cuando finalizó su novela, lo último que esperaba Eric-Emmanuel Schmitt era un éxito arrollador. Pero la historia llegó al corazón de la gente, los médicos la compraban por docenas para repartirla entre el personal y los propios pacientes; e incluso los niños de la edad de Oscar empezaron a leerla y a pasarla a sus padres y abuelos. Permaneció 160 semanas entre los libros más vendidos y llegó a ganar un premio de la Academia de Medicina, por contribuir a la humanización del hospital y a la comprensión de la enfermedad.

Durante siete años, Eric-Emmanuel Schmitt vivió pensando que era literalmente imposible adaptar su novela al cine (el tabú de la enfermedad infantil, la muerte inexorable, el tema religioso); pero el éxito le animó y decidió que era una forma de compartir sus emociones. Para no centrarla en el niño, añadió más profundidad al personaje de la dama de rosa, lo que supone el gran acierto de la película: cómo Oscar la ayuda a descubrir el enorme caudal de amor y generosidad que tiene y que ella misma se ha negado siempre a reconocer. Así se lo cuenta Rose a Dios: "Querido Dios: quiero darte las gracias por haber conocido a Oscar; me ha cargado de amor para el resto de mi vida". Y este es, precisamente, el fin último de la película: cargarnos de amor, de esperanza, de generosidad, de verdad. "Has de ver la vida como es realmente, frágil y efímera, para amarla más" nos dice Schmitt. Veámosla así, pues.


domingo, 30 de enero de 2011

EL VINO EN LA BIBLIA

En el Antiguo Testamento se utilizan varias palabras hebreas que se traducen como vino: YAYIN (vino), TIROSH (jugo de uvas, vino sin fermentar), SHEKAR (licor o vino intoxicante), KAMAR (vino, equivalente a YAYIN), MAMSAK (vino mezclado), COBE ( vino, borracho), y finalmente, ASIS (jugo de uvas, vino sin fermentar). La primera mención de vino en la Biblia es en Génesis 9:21, donde se relata como Noe se embriago con vino (YAYIN). Las consecuencias fueron negativas. Estaba desnudo como producto de la embriaguez y su hijo Cam lo vio. Como consecuencia de este acto, Noe lo maldijo (9:25). En Genesis 19:32, las hijas de Lot, al ver que no tenían descendencia, decidieron emborrachar a su padre con vino (YAYIN), de modo que pudiesen acostarse con el y quedar embarazadas. Las consecuencias fueron negativas para el pueblo de Dios, pues de esta unión prohibida, surgieron los moabitas y los amonitas, grandes enemigos del pueblo de Dios en los tiempos del Antiguo Testamento. Dios prohibió a los sacerdotes tomar vino (YAYIN) antes de entrar al santuario (Levítico 10:9, Ezequiel 44:21). Esto tenia una razón de ser:"PARA PODER DISCERNIR ENTRE LO SANTO Y LO PROFANO..." (Levítico 10: 10). Durante el tiempo que el pueblo de Israel estuvo en el desierto, no tomaron vino (YAYIN) según Deuteronomio 29: 5, 6. Dios le dijo a su pueblo que el vino (YAYIN) de Sodoma era como veneno de serpientes (Deuteronomio 32: 33). Con tal motivo en mente en Proverbios 23: 32, el consumo de vino (YAYIN), se compara a la mordida de una serpiente. Sansón fue escogido por Dios para un trabajo especial. Dios dio instrucciones claras a su madre en cuanto al no dar de tomar vino (YAYIN) a Sansón (Jueces 13:4). Esto tiene una razón de ser. Proverbios 20:1 dice que el que yerra por el vino (YAYIN), no es sabio. La Biblia nos anima a ni siquiera mirar al vino (YAYIN) cuando rojea (Proverbios 23:31). Proverbios 31:4, dice que no es para los reyes beber vino (YAYIN).
En Génesis 10:26-40, se relata como Jacob fue bendecido por Isaac y en su bendición, Isaac le dijo a su hijo:" Dios , pues, te de del rocío del cielo, y de las grosuras de la tierra, y abundancia de trigo y de mosto (TIROSH). Tirosh en Hebreo significa jugo de uvas o vino sin fermentar. En Nehemias 10:37, el profeta le recuerda a su pueblo lo que decía la ley con relación a las ofrendas que ellos deberían de traer a la casa de Dios, "Que traeríamos también las primicias de nuestras harinas y nuestras ofrendas y del fruto de todo árbol y del vino (TIROSH) y del aceite para los sacerdotes..." A los sacerdotes se les daba TIROSH (jugo de uvas, vino nuevo, mosto) y no YAYIN (vino fermentado). Recuerde que ellos no podían tomar YAYIN (vino fermentado) antes de entrar al santuario. Dios les hizo una promesa a sus fieles en Proverbios 3:9, 110, "Honra a Jehova con tus bienes y con las primicias de todos tus frutos; y seran llenos tus graneros con abundancia y tus lagares rebozaran de mosto" (TIROSH). Dios no les promete YAYIN, sino TIROSH. Jeremías 31:12, dice: "Vendrán y darán gritos de gozo en lo alto de Sion y correrán al bien de Jehova, al pan, al vino (TIROSH), al aceite y al ganado de las ovejas de las vacas; y su alma sera como un huerto de riego y nunca mas tendrán dolor." Esta es una profecia concerniente al retorno de el pueblo de Israel a su tierra desde la tierra del norte. TIROSH, no YAYIN, es uno de los bienes de Jehova para su pueblo. Dios hablando acerca de su pueblo infiel dice:" Pues ella no reconoció que yo le daba el trigo, el vino (TIROSH) y el aceite..." Dios no le daba YAYIN a su pueblo, sino TIROSH.
El Nuevo Testamento utiliza mayormente dos palabras en Griego para vino: OINOS (vino fermentado) y GLEUKOS (vino dulce, jugo de uvas, mosto, vino sin fermentar). En S. Mateo 9:17, dice:"Ni echan vino nuevo en odres viejos..." La expresión griega: OINOS NEOS se refiere al jugo de uvas en este caso. NEOS significa nuevo. Juan el Bautista fue otro hombre que Dios escogió para una misión especial, anunciar la llegada del Mesías. De Juan se dice que no tomaba vino ni licor (S. Lucas 1: 15). En Hechos 2:13, durante el día de Pentecostés, algunos se burlaban de los apóstoles y decían que estaban borrachos, o "llenos de mosto (GLEUKOS)". En otras palabras, borrachos con jugo de uvas. Recuerde que se estaban burlando de ellos. Nadie se emborracha con jugo de uvas. El nuevo Testamento nos llama a no embriagarnos con vino (OINOS) en lo cual hay libertinaje (EFESIOS 5:18). Alguno puede decir, lo que Pablo prohibe es emborracharse, no tomar moderadamente. Pero, el apóstol Pablo en 1 Timoteo 3:3, da instrucciones a los obispos y dice claramente a estos:" no dado al vino" (PAROINOS). Este versiculo utiliza la palabra griega PAROINOS, que se traduce literalmente ESTAR CERCA DEL VINO. En otras palabras, los obispos, al igual que los sacerdotes del Antiguo Testamento, deberían mantenerse alejados del vino. La traducción no dado al vino, no es una traducción literal de la palabra griega PAROINOS. Esta palabra insinúa que hay que mantenerse alejados del OINOS (vino fermentado). Y esto se debe a lo mismo que Dios estableció en el Antiguo Testamento, para que sepan hacer diferencia entre lo santo y lo profano.
El vino (OINOS) se asocia con el furor de la fornicación de Babilonia y con furor de Dios en Apocalipsis 14: 8, 10. OINOS se asocia con la fornicación de Babilonia la Grande en Apocalipsis 17: 2. OINOS es el vino embriagante. GLEUKOS no se asocia con Babilonia. Durante la pascua se tomaba GLEUKOS, no OINOS, ya que durante la pascua no se podía tomar bebidas fermentadas, ni comer pan leudado (con levadura). En Éxodo 12: 20, donde se prohibe comer ninguna cosa leudada durante la Pascua, la palabra Hebrea usada es CHAMETZ, que significa fermentado. Tanto la fermentación como la levadura eran símbolos del pecado. O sea que durante la celebración de la Pascua con sus discípulos, Jesús no tomo OINOS (vino fermentado), sino GLEUKOS, el fruto de la vid, jugo de uvas (S. Mateo 26: 29). Al instituir Jesús la cena, esta tomo el lugar de la pascua (S. Mateo 26: 17-29; 1 Corintios 5: 6-8). Jesús celebro la cena con sus discípulos un día de pascua y en ese día no se podía comer o beber pan con levadura o cosa alguna fermentada. Durante la celebración de la Pascua con sus discípulos, Jesús no tomo vino fermentado, sino, jugo de uvas.

viernes, 28 de enero de 2011

CANDELABRO DE SIETE BRAZOS

Candelabro de siete brazos, es uno de los símbolos más antiguos del judaísmo y representaría los arbustos en llamas que vio Moisés en el Monte Sinaí. La primera fuente bíblica que da cuenta de su existencia es Éxodo 25. Este candelabro o Menorá fue hecho en el desierto tal como lo relata el texto de la Torá. Estuvo en el tabernáculo, luego fue llevado al santuario de Shiló y más tarde se lo trasladó al Templo de Jerusalén que construyó el Rey Salomón. Según la tradición, esta Menorá fue preservada en tiempos del Rey Nabucodonosor en el Arón (Arca). La Menorá reaparece en épocas del Segundo Templo (-530 a.C). Después de la destrucción de éste a manos de Tito (año 70), junto a todos los utensilios fue sacada también la Menorá, que aparece en el friso del Arco del Triunfo romano. 
Este símbolo tiene varias interpretaciones, como que representa a los siete días de la creación. En la Kabalá (mística judía) simboliza el árbol de la vida.
Debido a su particular carácter consagrado está prohibido hacer una réplica a la que había en el Templo de Jerusalén. Por tanto, actualmente, como no contamos con el Templo, no deberían hacerse áureos candelabros de siete brazos de acuerdo al diseño de aquella Menorá. Ésta es probablemente una de las razones por las cuales el candelabro de Januca es de 9 brazos. Con el establecimiento del Estado de Israel fue designada la Menorá con los olivos a sus costados como su símbolo, reflejando así una continuidad histórica y una vigencia de 3500 años. fue adquiriendo el estatus de símbolo distintivo de la nación de Israel (infinidad de veces más judío y significativo que la estrella de seis puntas).

Escudo de Israel
En resumen, éste es símbolo de la Presencia de Dios, y de la nación de Israel. Por otra parte, a lo largo de la historia judía la estampa de la Menorá (no el objeto tridimensional en sí mismo), A veces se confunde con la Januquiá, un candelabro de nueve brazos usado en la jánuca que es erróneamente llamado menorá.El candelabro de nueve brazos, es mucho más común de encontrar, ya que este tipo de candelabro no está prohibido de hacerse (de acuerdo a la normativa judía), y además es el que se suele utilizar como recuerdo y pregón de los milagros acontecidos a Israel que se festejan en Januca. En resumen, éste simboliza el heroísmo de Israel y su supervivencia, así como la protección de Dios. En síntesis, son candelabros diferentes, con finalidades diferentes, usos diferentes, orígenes diferentes, y simbolizan diferentes aspectos del judaísmo. Lo cierto es que el candelabro con sus siete brazos representan:
  • 1.-El Espíritu de Yahvé (el brazo que se encuentra en el centro),
  • 2 y 3- Espíritu de Sabiduría y de Inteligencia (A los brazos que se encuentran a cada Lado del que está en el centro repectivamente),
  • 4 y 5- Espíritu de Consejo y Poder (A los que se ubican en el centro de cada lado repectivamente),
  • 6 y 7-Espiritú de Conocimiento y de Temor a Yahvé (los que se encuentran a cada extremo del candelabro respectivamete) (Isaias 11:2)
En la Torá se puede leer que Dios reveló el diseño de la menorá a Moisés. Una planta que crece en Israel llamada la moriah típicamente tiene siete ramas y se parece a una menorá, llevando a la teoría de que sirvió de inspiración a su diseño. Una segunda teoría del origen del diseño de la menorá se basa en lo que se conoce como la antigua cosmología hebrea. Según esta teoría, los siete brazos representan los siete cuerpos celestiales conocidos en aquel tiempo, el Sol, la Luna, así como Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. El historiador judío Josefo alude a esto en el tercer libro de sus Antigüedades de los judíos. En él, él identifica lo que interpreta como influencias paganas egipcias y griegas en el diseño del Tabernáculo y sus contenidos. Él escribe:«(...) si alguno actúa sin prejuicio, y con juicio, mirad estas cosas, encontrará que fueron hechos a imagen y semejanza del Universo (...) y sobre las siete lámparas en el candelabro, ellas representan el curso de los planetas, de los cuales viene su número (...).» Asherah. Una tercera teoría es la que la menorá se originó como el árbol de la vida simbolizando a la diosa madre Asherah. En el Pentateuco, la menorá es limpiada de todo el simbolismo politeísta.

lunes, 24 de enero de 2011

CONCILIO DE JERUSALÉN


Tinc un altre dubte. No és de la Bílbia, però està relacionat amb el menjar i pot resultar curiosa la resposta. Jesús es va criar com a jueu. Supose que s'alimentaria segons les lleis jueves. Jesús no diu cap cosa referida a què podem i què no podem menjar. Qui va decidir que els cristians podien menjar de tot? Supose que algun Concili, però no ho tinc clar. I de pas que plantege açò, plantege un altre: qui va decidir que no es practicara la circuncisió?
Antes del “famoso primer Concilio de la Iglesia”, el que se celebró en Jerusalén, hay un precedente muy importante en los Evangelios de Mateo y de Marcos que debemos tener muy en cuenta a la hora de dar una respuesta a esta duda.
En los pasajes de Mateo 15, 10-20 y de Marcos 7, 14-23 se dice: Y llamando á sí las gentes, les dijo: Oíd, y entended: No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre. Entonces llegándose sus discípulos, le dijeron: ¿Sabes que los Fariseos oyendo esta palabra se ofendieron? Mas respondiendo él, dijo: Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada. Dejadlos: son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo. Y respondiendo Pedro, le dijo: Decláranos esta parábola. Y Jesús dijo: ¿Aun también vosotros sois sin entendimiento? ¿No entendéis aún, que todo lo que entra en la boca, va al vientre, y es echado en la letrina?. Más lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, muertes, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre: que comer con las manos por lavar no contamina al hombre.”


El llamado concilio de Jerusalén es un encuentro entre los responsables de las dos grandes comunidades de la Iglesia naciente: la de Jerusalén, llena de judíos que observan la ley (613 preceptos), y la de Antioquia, llena de gentiles que viven el Evangelio libre de la ley. El relato del encuentro aparece en el centro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 15). El futuro de la Iglesia está en juego: ¿se acepta el Evangelio libre de la ley? ¿se impone a los gentiles el legalismo judío? ¿está amenazada la unidad de la Iglesia naciente? 
La comunidad de Jerusalén tiene su origen en la misión de Jesús, que empieza en la Galilea de los gentiles (Mt 4,15) y termina en Jerusalén. Cuando evangeliza, Jesús no está solo, comparte su misión. Con él están los doce (Lc 9,1-6), los setenta y dos (10,1), las mujeres que le acompañan (8,1-3). La comunidad de Jesús está  abierta a todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen  (8,21).
Tras la muerte de Jesús, los discípulos, reunidos en oración, esperan el don del espíritu en compañía de algunas mujeres y de María, la madre de Jesús (Hch 1,14). Entre ellos está Santiago el Menor, que dirigirá el grupo más estrechamente vinculado a la ley (Ga 2,12). Tras la muerte de Judas, el grupo de los doce se recompone con la elección de Matías. Las condiciones requeridas son: haber acompañado a Jesús y ser testigo de su resurrección (Hch 1,15-26).
La primera comunidad cristiana recibe el don del espíritu en medio de fuertes resistencias: De repente vino del cielo un ruido como de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos (Hch 2,2-3). Es el bautismo en espíritu santo y fuego (Lc 3,26). Aparecen las constantes de la evangelización apostólica: la confesión de Jesús como Señor, la conversión, el perdón de parte de Dios, el don del espíritu, la incorporación a la comunidad, la enseñanza de los apóstoles, la comunión, la fracción del pan por las casas, la oración, muchos prodigios y señales, la comunicación de bienes (Hch 2,36-47). Denunciados ante el sanedrín, Pedro y los apóstoles responden con valentía: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (5,29).
En medio de diferentes tensiones, el sector griego de la comunidad adquiere organización propia con la elección de los siete (6,1-6). Se multiplica el número de discípulos y muchos sacerdotes van aceptando la fe (6,7). La denuncia profética del templo y de la ley, realizada por Esteban (uno de los siete), le supone la muerte (6,8-8,4). El encuentro de Felipe (otro de los siete) con el eunuco etíope manifiesta que la experiencia de fe desborda fronteras culturales y religiosas (8,26-40). La experiencia de Pedro en casa de Cornelio abre las puertas de la Iglesia naciente a los paganos, sin necesidad de hacerse judíos (Hch 10 y 11). El año 44 el rey Herodes hace morir por la espada a Santiago el Mayor, uno de los doce, y llega también a prender a Pedro, pero éste puede escapar (12,1-17). En la comunidad de Jerusalén miles de judíos se han hecho cristianos y todos ellos son celosos partidarios de la ley (21,20)
La comunidad de Antioquia nace con ocasión de la persecución que se centra en el sector griego de la comunidad de Jerusalén: Los que se habían dispersado cuando la persecución provocada por el caso de Esteban llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquia, sin predicar la Palabra a nadie más que a los judíos. Pero había entre ellos algunos chipriotas y cirenenses que, al llegar a Antioquia, hablaban también a los griegos y les anunciaban la buena noticia del Señor Jesús. La mano del Señor estaba con ellos y un gran número recibió la fe y se convirtió al Señor. La noticia de esto llegó a oídos de la iglesia de Jerusalén y enviaron a Bernabé a Antioquia. Cuando llegó y vio la gracia de Dios se alegró y exhortaba a todos a permanecer, con corazón firme, unidos al Señor (Hch 11,19-22). Bernabé partió para Tarso en busca de Pablo y le llevó a Antioquia: Estuvieron juntos durante un año entero en la iglesia e instruyeron a muchos (11,25-26).
Pues bien, en la comunidad de Antioquia algunos que bajaron de Judea  crearon un problema que debía ser afrontado conjuntamente: Bajaron algunos de Judea que enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme a la tradición de Moisés, no podéis salvaros. Esto provocó un altercado y una seria discusión con Pablo y Bernabé. Y se decidió que Pablo y Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén, donde los apóstoles y ancianos, para tratar esta cuestión (15,1-2). La iniciativa partió de la comunidad de Antioquia. Pablo y Bernabé no fueron convocados por los apóstoles y ancianos de Jerusalén. Los ancianos son responsables del grupo judío.
Para los judíos circuncisión y ley forman un todo inseparable. La circuncisión es el signo de la alianza que el pueblo de Israel recibe de Dios: A los ocho días será circuncidado entre vosotros todo varón (Gn 17,12). La ley muestra el cumplimiento de esa alianza en la vida ordinaria. Para el sector judío de la comunidad de Jerusalén su pertenencia a Israel es un factor esencial en la comprensión de su identidad creyente y la adhesión de los gentiles a la fe en Cristo debía pasar necesariamente por la circuncisión y la observancia de la ley. Sin embargo, no todos los grupos que componen la comunidad de Jerusalén son rigurosamente partidarios de una concepción tan estricta. El propio Pedro, en Cesarea, había bautizado al centurión romano Cornelio y a los que estaban con él (Hch 10,1-11,18) sin obligarlos a pasar por el rito de la circuncisión y por la estricta observancia de la ley.
Cuando se celebra el concilio de Jerusalén, hacia el año 48, la comunidad de Antioquia lleva ya más de diez años de existencia y ha admitido en su seno a muchos gentiles, sin imponerles la aceptación de la ley judía. Es un grupo con identidad propia: En Antioquia fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos (11,26). La comunidad vive el Evangelio libre de la ley judía y es plenamente iglesia de Cristo.
Los delegados de la comunidad de Antioquia atraviesan Fenicia y Samaria, contando la conversión de los gentiles y produciendo gran alegría en todos los hermanos: Llegados a Jerusalén fueron recibidos por la Iglesia y por los apóstoles y ancianos, y contaron cuanto Dios había hecho juntamente con ellos (15,4). Pero en Jerusalén hay pareceres encontrados. Algunos fariseos convertidos son firmes partidarios de la ley judía y de la necesidad de la circuncisión para todos: Se reunieron entonces los apóstoles y ancianos para tratar este asunto (15,6).
Después de una larga discusión, Pedro se levantó y les dijo: Hermanos, vosotros sabéis que ya desde los primeros días me eligió Dios entre vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles la palabra de la buena nueva y creyeran. Y Dios, conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor comunicándoles el espíritu santo como a nosotros y no hizo distinción alguna entre ellos y nosotros, pues purificó sus corazones con la fe. ¿Por qué, pues, ahora tentáis a Dios queriendo poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar? Nosotros creemos que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos (11,7-11).
La intervención de Pedro es decisiva. El apóstol recuerda su propia experiencia en el caso de Cornelio y saca las consecuencias, justificando el proceder de la comunidad de Antioquia. Bernabé y Pablo proclaman la acción de Dios en medio de los gentiles: Toda la asamblea calló y escucharon a Bernabé y a Pablo contar todas las señales y prodigios que Dios había obrado por medio de ellos entre los gentiles (11,12).
Finalmente interviene Santiago, responsable del grupo que observa la ley judía: Hermanos, escuchadme. Simeón ha referido cómo Dios ya al principio intervino para procurarse entre los gentiles un pueblo para su nombre. Con esto concuerdan los oráculos de los profetas, según está escrito: Después de esto volveré y reconstruiré la tienda de David que está caída, reconstruiré sus ruinas y la volveré a levantar. Para que el resto de los hombres busque al Señor y todas las naciones que han sido consagradas a mi nombre, dice el Señor que hace que estas cosas sean conocidas desde la eternidad. Por esto opino yo que no se debe molestar a los gentiles que se conviertan a Dios, sino escribirles que se abstengan de lo que ha sido contaminado por los ídolos, de la impureza, de los animales estrangulados y de la sangre (15,13-20). La tienda de David (levantada y renovada) es una señal para los gentiles que buscan a Dios. No hay que imponer la ley judía a los gentiles que se conviertan, pero los gentiles han de observar unos mínimos (ver Dt 32,17; Lv 18,6-18 y 17,10-12).
Entonces los apóstoles y ancianos, de acuerdo con toda la comunidad, deciden que dos miembros dirigentes de la comunidad de Jerusalén se desplacen a Antioquia con Pablo y Bernabé, llevando una carta en la que se dice: Habiendo sabido que algunos de entre nosotros, sin mandato nuestro, os han perturbado con sus palabras, trastornando vuestros ánimos, hemos decidido de común acuerdo elegir algunos hombres y enviarlos donde vosotros, juntamente con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que son hombres que han entregado su vida a la causa de nuestro señor Jesucristo. Enviamos, pues, a Judas y a Silas, quienes os expondrán esto mismo de viva voz. Que hemos decidido el espíritu santo y nosotros no imponeros más cargas que estas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza (15,24-2). Los delegados comunican en Antioquia las decisiones tomadas y entregan la carta. Los hermanos se alegraron al recibir aquel aliento (15,31). Pablo y Timoteo difunden por doquier las decisiones tomadas en Jerusalén (16,4).
Más adelante, en Jerusalén, Santiago le recuerda a Pablo esos mínimos (21,25). Para Pablo no suponen nada nuevo (Ga 2,6). La participación en los banquetes paganos consagrados a los ídolos es algo que Pablo denuncia claramente: Si alguien te ve a ti, que tienes conocimiento, sentado a la mesa en un templo de ídolos, ¿no se creerá autorizado por su conciencia, que es débil, a comer de lo sacrificado a los ídolos? Y por tu conocimiento se pierde el débil (1 Co 8, 10-11), no podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios (10, 21). También Pablo denuncia los casos de unión ilegal o impureza; por ejemplo, el caso del incestuoso o los casos de inversión sexual (5,1-6,20; Rm 1,26-27). En cuanto a la prohibición de comer animales estrangulados y sangre es algo que  (probablemente) no debía importarle lo más mínimo.